Mi pequeño amigo, proviene
de dos especies completamente distintas; su madre era una hermosa loba blanca,
mientras que su padre era un tigre de bengala, fuerte y feroz. Por desgracia,
un ser tan raro como él, no era bien aceptado en ninguna manada.
Él día en que nos conocimos,
yo andaba en un viaje de exploración. En mi travesía, visité un bosque tropical
al sur de la región donde habito, donde caminaba sin saber a dónde ir. Me
sentía sola, con frío y perdida en aquel lugar, y para colmo, la lluvia asistió
a mi encuentro. Caminé deprisa a refugiarme del agua en una cueva húmeda al
fondo del bosque, cuando de la nada, un pequeño felino apareció… —no, no era un
felino… ¿era un canino?… No, tampoco podía ser un canino, ¿Entonces qué es?—
pensé. El pequeño animalito tenía unas pequeñas orejas triangulares, una cola
muy peluda, un hocico con terminación chata como la de un felino y unas palas
delgadas y torneadas de un lobo.
Me acerque despacio a él y
acariciando suavemente su pelaje le pregunté:
— ¿Qué haces aquí tan solito?
Sus ojos me miraron desconcertados
y temerosos. Entonces lo miré detenidamente: temblaba de frío, tenía heridas en
todo el cuerpo que parecían causadas por un animal más grande y fuerte que él.
—No me temas, no te
hare daño— dije — Quiero ayudarte a volver con tu familia, pero necesito que me
digas cómo te llevo con ellos.
Entonces, el pequeño
animalito, tímidamente se acercó.
—No tengo familia—
contestó y sus ojos se comenzaron a humedecer. — Hoy cuando desperté, vi a mi
madre partir con toda la manada, quise ir a donde iba, pero ella solo me miró
con tristeza y dio media vuelta. Entonces comprendí que no podía seguirla —hizo
una breve pausa— y mi padre… cuando quise ir a buscarlo para que me dejara
quedarme con él, con desprecio y repulsión comenzó a atacarme.
Al oír esto, comencé a
llorar y lo abrace. Ninguno de los dos teníamos un hogar al cual pertenecer. Lo
tome entre mis brazos y lo apreté contra mi pecho con cariño.
— ¿Cómo te llamas pequeño? — le pregunté.
—No tengo un nombre,
nunca fui reconocido por la manada, por lo que nunca gané ese derecho. —
contestó con tristeza.
—Pues ahora lo
tendrás, te llamarás Ruffo y de hoy en adelante seremos los mejores amigos.
De pronto, sus ojos
se iluminaron de alegría, ya no temía más. Y ahora, tanto él como yo, teníamos
alguien por quien seguir.
Entonces una alarma
de las 6:00 am me hizo despertarme para ir al colegio. La decepción me invadió,
me sentí sola nuevamente, hasta que descubrí que todo eso no fue un sueño,
Ruffo era real, y descansaba a un lado de mí, tranquilo y cálido, como un sol,
el sol que le dio luz a mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario